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Dearborn y el Senador

El día que Dearborn huyó de Santo Domingo

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Dearborn y el Senador
Henry M. Dearborn, diplomático estadounidense con amplia experiencia en inteligencia, fue figura clave en la coordinación desde la Embajada de EE. UU. en Santo Domingo del complot que culminó con el asesinato de Rafael Leónidas Trujillo el 30 de mayo de 1961. (FUENTE EXTERNA)

Henry M. Dearborn, con dos décadas de experiencia en inteligencia diplomática continental y recién egresado del War College, articuló desde la Embajada la participación norteamericana en el complot que segó la vida de Trujillo. Desde el 21/8/60, cuando las naciones del sistema interamericano rompieron relaciones con nuestro país debido al atentado al presidente Betancourt, la Embajada quedó degradada a Consulado, carente de inmunidad diplomática. Tras el magnicidio libertario del 30M, su personal estuvo expuesto a la vendetta viciosa de Ramfis y sus secuaces.

Por tal razón, tanto Dearborn como Robert Owen, jefe de estación de la CIA -rol que también ocupó Dearborn junto al de DCM y Cónsul-, así con John Barfield de la sección política, debieron salir precipitadamente. Al recibir órdenes desde Washington del equipo especial que monitoreaba la situación dominicana en la Casa Blanca con participación directa de JFK. Porque como diría el veterano Adolph Berle, integrante de esa task force, la botella se había descorchado y cualquier cosa podía suceder.

Tras una semana del evento cúlmine, Dearborn recibió una llamada a las 7:00 AM ordenándole empacar y tomar vuelo al mediodía, pues su vida y la de su familia corrían peligro. "Vivíamos en la Residencia de la Embajada y nuestras fotos estaban en la pared y la ropa en los armarios y cajones. Le dije a mi esposa: "Tomen la casa y yo tomaré la oficina y haremos lo mejor que podamos". Mi esposa fue a la casa con la esposa de otro oficial y colocaron todo lo que nos pertenecía en el piso. Fui a la oficina donde estábamos bastante optimizados. Incluso teníamos nuestros archivos secretos en un barril de combustión listos para quemarlos porque no sabíamos qué iba a pasar.

Un mes antes lo habíamos revisado todo y enviado a Washington lo que no necesitábamos, porque no sabíamos lo que podía suceder, ya que no teníamos inmunidad diplomática. Trujillo era bueno para organizar ciertas maniobras y podía realizar una redada en el Consulado General simulando no tener conocimiento de ello.

Llamé al embajador británico y le dije: "Sabes que no te lo pediría a menos que sea extremadamente urgente, pero ¿podrías venir a la Residencia?". Vino y le conté lo que estaba pasando y que me iba del país a las 2:00 de la tarde.

El oficial administrativo, que aún permanecía allí (ya habíamos empacado la mayoría de nuestros muebles cuando nos mudamos a la Residencia de la Embajada porque no los necesitábamos y los guardamos en el garaje) iba a empacar las otras cosas que se hallaban en medio de los pisos para enviarlas a Bogotá, nuestro próximo destino. Fue el mejor movimiento que realizamos. No perdimos una sola cosa. Sólo que me llevé una lámpara de la Embajada.

Sucedió un incidente gracioso. La esposa del oficial administrativo, Evelyn Cotterman, nos ayudó a recoger en los dormitorios. Me puse la camisa, la corbata, los zapatos y los calcetines, pero no encontraba mis pantalones. Le reclamé: "Evelyn, ¿dónde están mis pantalones?" Ella respondió: "Oh, Dios mío, los empaqué". Tuvieron que volver al auto y desempacar mis pantalones para que pudiera abandonar el país con cierta dignidad.

P: ¿Cuándo se hizo cargo Ramfis? Dearborn: Realmente no se hizo cargo. Déjame aclarar la relación allí. El día antes (4 de junio) de recibir esta llamada telefónica para que me fuera, acudí al Palacio a hablar con el presidente Balaguer por instrucciones del Departamento. Le dije: "Estoy seguro de que, por sus observadores de la fuerza aérea, usted sabe que tenemos una fuerza naval muy grande desplegada justo en el horizonte y queremos comunicarle que, si siente que necesita ayuda, se la brindaremos".

Su respuesta fue: "He hablado con Ramfis y él ha aceptado respetar la autoridad civil y, mientras no tenga razón alguna para pensar que no lo hará, no creo que deba hacer algo como lo que me está sugiriendo." También aproveché la ocasión para decirle que la forma en que se estaba tratando a algunos ciudadanos respetables de su República Dominicana no causaba muy buena impresión en el extranjero y perjudicaba a su gobierno. Esa fue la última vez que lo vi."

Su respuesta fue: "He hablado con Ramfis y él ha aceptado respetar la autoridad civil y, mientras no tenga razón alguna para pensar que no lo hará, no creo que deba hacer algo como lo que me está sugiriendo." También aproveché la ocasión para decirle que la forma en que se estaba tratando a algunos ciudadanos respetables de su República Dominicana no causaba muy buena impresión en el extranjero y perjudicaba a su gobierno. Esa fue la última vez que lo vi."

En mi columna La Invasión de Bobby Kennedy (Diario Libre 22/11/2014) consigné: "A solo una hora de la emboscada libertaria del 30 de mayo que segó la vida de Trujillo, el vicealmirante Robert L. Dennison, comandante en jefe de la flota del Atlántico de EE. UU., alertaba a sus unidades ante el desarrollo de la situación dominicana, cuya evolución podría requerir una intervención armada sin mayor aviso previo. El 31 de mayo ya el escuadrón anfibio de respuesta rápida del Caribe patrullaba nuestras costas en prevención de un eventual desembarco.

A seguidas, en ejecución del Plan Militar de Contingencia 310-60, fuerzas navales adicionales se movilizaron hacia la zona: 2 escuadrones anfibios con 5 mil infantes de marina a bordo, cuyo contingente alcanzaría 12 mil efectivos; 3 portaviones (Intrepid, Shangri-La, Randolph); 1 submarino; y 280 aviones. El Randolph se estacionaría a 40 millas de Ciudad Trujillo. Dos destructores atracarían en sendos puertos de Haití, sellándose así la vigilancia aérea y marítima sobre República Dominicana y toda la Hispaniola.

P: Mientras estabas allí, Ramfis se volvió loco, ¿no? Dearborn: Cierto, pero nunca vi nada de Ramfis. Era un playboy y pasaba más tiempo fuera del país. P: Te hablo luego de la muerte de su padre, pero no estuviste mucho tiempo, ¿verdad? Dearborn: Sólo una semana. Trujillo fue asesinado el 30 de mayo y yo salí el 5 de junio.

P: ¿Fuiste reemplazado por el siguiente oficial en rango? Dearborn: No, sacaron a un compañero del War College llamado John Calvin Hill y lo enviaron como Cónsul General, hasta que llegó el embajador Martin (John Bartlow). Creo no se llevaban muy bien y Hill fue trasladado como DCM (Deputy Chief of Mission) a Venezuela. Hill tuvo un momento muy interesante antes de que llegara Martin.

P: ¿Cómo vieron usted y la Embajada, y luego usted y el Consulado General, a Castro? Estaba asumiendo el poder en ese momento y fue un evento catastrófico, y era tu vecino cercano. Quiero saber si estábamos nerviosos, ¿qué pasaba en la República Dominicana?

Dearborn: Trujillo usó esa situación. Se estaba agriando con nosotros y para molestarnos y quizás provocar un cambio de opinión sobre él, amenazaba con acercarse a los comunistas, lo cual era ridículo. Pero él hizo una maniobra ante nuestras narices: si no te gusto, me acercaré a Castro. Por supuesto que Castro no tenía ganas de andar con Trujillo, así que por ese lado no había que temer. Pero Trujillo estaba realizando esos movimientos para unir fuerzas hostiles contra nosotros, con cualquiera que pudiera encontrar. Y con cierto éxito. Eso molestó a Washington. También añadió combustible al deterioro de las relaciones.

P: Kennedy llegó al gobierno en enero de 1961. Joseph Kennedy tenía conexiones en todas partes, ¿supo de nexos con el gobierno de Trujillo? Dearborn: No, su nombre no apareció en la Embajada. El que sí surgió fue William Pawley, un tipo que había sido embajador nuestro y había estado con los Flying Tigers. Fue una molestia. Tenía un hermano a cargo de sus intereses familiares en la República Dominicana y se hallaban cómodos con Trujillo.

Sucedió que recibí un mensaje (febrero 1961) informándome que el senador Smathers (Demócrata, Florida) venía y quería hablar con el Generalísimo Trujillo sobre nuestra relación. Deseaba que lo acompañara a verlo. A Trujillo, que era lo último de lo que yo deseaba hacer.

De todos modos, llegó al Aeropuerto justo cuando arribó Bill Pawley. Por supuesto, a Bill le interesaba mucho asegurarse que las cosas con Trujillo anduvieran bien. Smathers me apartó a un lado y me dijo: "Sabes, Bill Pawley también está llegando, pero cuando vea a Trujillo no lo quiero junto a nosotros". Entonces Pawley se acercó al grupo y llamando a Smathers por su nombre indicó: "Ahora, cuando vayas a ver a Trujillo, quiero ir contigo". Smathers no podía deshacerse de esa engorrosa situación. No quería decirle que no a Pawley, porque supongo era influyente en la Florida.

Además, Pawley venía acompañado de Bebe Rebozo, el amigo cercano de Nixon en la Florida. Así que el senador Smathers, Bill Pawley, Bebe Rebozo y yo fuimos a ver a Trujillo. Smathers le dio esta charla increíble a Trujillo: "Generalísimo, usted tiene la oportunidad de ser un gran héroe en este hemisferio. Tiene el chance de ser uno de los pocos dictadores, el único dictador capaz de convertir a su país en una democracia durante su vida. Si realmente lo hiciera sería un héroe para su gente y para el hemisferio". Me quedé sentado pensando: "Oh, Dios, no sabes con quién estás hablando."

Trujillo dijo exactamente lo que pudo haber escrito como su libreto: "Senador, no sé de qué me está hablando. Soy solo un ciudadano en este país. No tengo ningún cargo público. Tenemos un presidente, un ejecutivo, una legislatura, un tribunal supremo como su país. Realmente no sé de qué Ud. está hablando." Así que Smathers no llegó a ninguna parte con eso. Fue uno de mis momentos más interesantes. Héctor Trujillo, el hermano que fue presidente, estuvo presente en la entrevista.

Entonces Trujillo hizo algo gracioso. Tenía la costumbre de realizar de vez en cuando un bautismo masivo. Estaba a punto de efectuarse uno y quería que el senador asistiera. Trujillo sería el padrino de todos esos niños. Así que entramos a la Capilla del Palacio. Por supuesto, las fotos lo eran todo. Lo que quería Trujillo era una foto de él y los bebés junto al senador Smathers.

Yo estaba de pie al lado del senador y justo cuando se iba a tomar la foto, di un paso atrás para no aparecer. El senador tiraba de mi brazo y decía: "Vamos, entra en la foto". Así que di un paso a su lado y cuando se iba a tomar la foto me retiré detrás de él nuevamente. Cuando salió la imagen, creo que en el New York Times o en un periódico local, yo no aparecía evidenciado. Treinta años después, vi que una de las fotos no publicadas mostraba un pedazo de mi cabeza."

Dearborn, fallecido centenario y clave en la trama libertaria, favoreció "la destrucción de Trujillo", asumiéndolo como "mi deber cristiano".

 

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.

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